e6.

sueños 
guardados en 
granos de maíz

una exposición de Edgar Calel
22.FEB.2025 — 26.APRIL.2025


Sanar sobre campos de batalla.
A propósito de Sueños guardados en granos de maíz de Edgar Calel


- Agustin Pérez Rubio



Cualquier palabra que use para describir, mediar, entender o ampliar conocimiento sobre el ser y el trabajo, de quien podemos denominar bajo la lógica occidental como el artista maya-kaqchikel Edgar Calel, será solo un acercamiento huidizo, sumamente fugaz y sobradamente acotado y limitado en esencia.  Su persona envuelve algo más que lo que entendemos por un simple artista plástico, más aún, porque el arte tal como lo entendemos desde aquí, no existe en su vocabulario —en el de las lenguas mayas—, por eso su práctica la suele denominar como Naoj: una combinación de conocimiento, sabiduría y comprensión. 

Calel es mucho más que lo que conocemos en occidente por algo similar. Si tuviéramos que asir su práctica y traducirla- aun en su imposibilidad- estaría más cercano a la práctica integra de lo que denominamos ética en filosofía, y al pensamiento de un posthumanismo, o de una teoría ecofeminista; entre el poeta que es, y el narrador o fabulador de historias, como persona con don de la palabra;  a un mago de los signos  intraducibles en una hermenéutica decolonial;  al activista lingüístico que lleva la riqueza y diversidad de las palabras bordadas en su atuendo; al creador de imágenes que produce y firma con la huella de su cuerpo en la tierra;  al crítico de nuevas formas de vivir en resistencia contra-hegemónicas desde el arte;  al preservador  y mantenedor de las herencias pasadas hechas presente; al ritualista que pone en jaque,  tanto a la institución como a la propia categoría de acción o performance; al bienaventurado que sana y da las gracias por lo que le ha correspondido…Sin olvidar, por supuesto al nieto, al hijo, al hermano y al heredero de lo que significa ser Kaqchikel, pues su poder está en la práctica colectiva, en entender una forma de crear en familia. Eso y mucho más define a Edgar Calel, a sabiendas de que cualquier reflexión que haga o diga, desgraciadamente, siempre empequeñecerá e intentarlo amoldar a un canon que no le designa, ni le identifica, del mismo que no le identifica la palabra impuesta como “indígena”, por ser justamente una definición creada por nuestro poder hegemónico.
 
Calel es un artista que somete a muchos de sus trabajos a un cuestionamiento del lenguaje, y hace uso y abuso del mismo, interrogando justamente la esencia de las imposiciones, y cómo estas fluctúan entre el sistema simbólico y la acción política del mismo. Además de proponer ejercicios de negociación a la hora de ahondar en la intraducibilidad de formas específicas de estar en el mundo —y las palabras que las nombran—, estimo pertinente incorporar el testimonio de la filóloga  y activista Mixe, Yásnaya Elena Aguilar Gil, para enmarcar mejor la definición de comunidades y culturas, como la maya-kaqchikel de donde procede el artista, y vislumbrar un horizonte más permeable de entendimiento.  La autora, frente al primer rechazo por ser denominada con dicha palabra “indígena”, entiende ahora ésta como una palabra que nombra a naciones, personas y comunidades que sufrieron procesos de colonización y que, además, en los procesos de conformación de los Estados nacionales modernos, las naciones indígenas quedaron por fuerza dentro de estas entidades jurídicas; estos Estados han combatido su existencia y se relacionan con ellos mediante la opresión . Algo de lo que no podemos escapar al poner sobre la mesa los procesos, tanto vivenciales como artísticos, de la familia Calel, y la complejidad de su trabajo, que acerca la distante brecha de este sometimiento sin reparos, pero sin olvido.

Escuchar a Calel, bien en palabras o también con la mirada o el olfato, es escuchar a la tierra, es escuchar en colectivo; es abrir un portal donde pasado, presente y futuro se dan la mano en el contexto de Chixot —lo que conocemos en lenguaje impuesto como San Juan de Comalapa en el altiplano guatemalteco— y a su cultura Kaqchikel.  No podemos entender su práctica sin entender la herencia de sus ancestros – las mitologías Mayas y practicas espirituales que se perpetúan en las comunidades a pesar de la colonialidad; o sus más cercanos predecesores, como su abuelita paterna María Luisa López Cujcuy, con la que toda la familia convivió hasta el fin de sus días, a los noventa y dos años de edad, y de la que Edgar Calel aprendió mucho de los conocimientos y actitudes ante la vida. Ella es honrada eternamente dibujando el sonido que ella misma producía para llamar a los pájaros y darles de comer maíz. Hoy convertido en un mural hecho en tierra, que hace viva su existencia en la fachada de su casa, reproduciendo cacofónicamente ese mismo canto de Kit Kit Kit pues “el color de la tierra es el color de su voz”; o su entorno orográfico, una tierra donde los volcanes son parte de su paisaje y donde toman fuerza en la tradición cosmogónica y cultural de su relación con el entorno natural. Ahora reinterpretado por Calel en piedras con fuego perpetuo como lo realizó para el Sculpture Centre de Nueva York con su proyecto B’alab’äj (Jaguar Stone) o  en su instalación Ni Musmut (It's Breezing) en la Bergen Kunsthall de Noruega; pero también la manera que su cultura tiene de honrar y proteger, eso que en occidente parece que hayamos inventado con el término “política de los cuidados”. Algo que hace ya miles de años y durante siglos, habían constituido las culturas mayas y otras prehispánicas. Una forma de estar y ser con el mundo, —cuidando su entorno, con una vivencia cercana a lo natural, al contexto que les ha hecho nacer y que les da lo necesario para vivir, otorgando alimentos, y en su cuidado realizando rituales donde dar las gracias y devolver su generosidad. Porque como el mismo Calel afirma constantemente ¨No todo está a la venta”.

Algo que contrasta con el quehacer acelerado, olvidadizo y nada agradecido, del contexto neoliberal de Occidente frente a su propia destrucción. Un necro-capitalismo que destruye aquello que nos da la vida, separándonos de la tierra y haciendo olvidar nuestro pasado, — incluido a nuestros mayores — junto a las relaciones de equidad y respeto. Nociones que el filósofo y estadista wyandot Kondiarot a finales del SXVII ya ponía en evidencia, por el nulo o escaso entendimiento que las sociedades europeas tenían, para sus iguales, sobre las nociones de igualdad, libertad o respeto. Incluso la importancia y sabiduría de los mismos, parece que ya no importan frente a la novedad de lo joven y la inmediatez de las pantallas líquidas en las redes sociales. Que en ocasiones solo replican una y otra vez vivencias que hemos tenido anteriormente en contextos diferentes, sin importar el pasado de los demás. Olvidando y no honrando el legado anterior, algo fundamentalmente incomprensible en la esencia vivencial y práctica colectiva de la familia Calel. Por ello sus propuestas artísticas, nos hacen entender que, frente a las vivencias coloniales de su pueblo sometido, y bajo nuestras narcisistas miradas eurocéntricas, existe otra manera de entender la complejidad del mundo. Llevándolo a entretejer un trabajo entre la protección de uno mismo frente a las injusticias del pasado-presente, a la vez que actúa e interfiere en los procesos directos de enunciación, —estipulando y proponiendo nuevas reglas —, donde sus obras van más allá que un simple gesto artístico, y se asimilan a reglas o protocolos por el bienestar en común.

Un buen ejemplo lo observamos tanto en el film performativo Xar-Sueño de obsidiana, 2020 realizado junto al cineasta brasileño Fernando Pereira dos Santos y presentado por primera vez en la 11th Berlin Biennale, en medio de la pandemia que nos inmovilizó — siendo uno de los gérmenes que disparó este proyecto — . La película primero de todo, pone en evidencia las formas de creación a través de los sueños — incluso en algunas culturas ancestrales como la mapuche, los sueños son la herramienta de adivinación y cura empleada por los/las Machis de las comunidades — , pero opuesto a toda relación epistemológica con lo que hemos construido en Occidente desde Freud a Lacan, pasando por el surrealismo u otras prácticas. Alejado justamente de todo ello, aun siendo conocedor y realizando una imponente crítica a la modernidad occidental, este paseo a contracorriente – que el artista realiza cubierto y protegido por la piel del jaguar – por el icónico y prístino edificio modernista de la Bienal de Sao Paulo, de Niemeyer, supone interferir poniendo el cuerpo en aquellos espacios en los que nunca tuvo cabida. Es ponernos delante la evidencia de un borrado, de una manera blanquecina del arte, donde la piel del edificio trasluce el color de la hegemonía de la oligarquía paulista y del sector del arte occidental que devino en juicio crítico y en estética del gusto, y de las tendencias y movimientos artísticos. Ese deambular, donde el artista deviene en animal, es un juego de cazador y cazado, pues no hay un mobiliario más colonial que una vitrina para colocar las vergüenzas de la ostentación expoliadas, o un edificio transparente donde observar y dirigir a las voluntades del público biempensante e intelectualoide. Calel, lejos de la anodina acción del contemplar—como hacemos siempre que vamos en busca de nuevos talentos, tanto en ferias o bienales—, se dedica a visualizar el lugar a partir de hábitos, formas de organización, incluido el juego, como si ese edificio no existiera y fuera el jardín o la foresta utilizada por los habitantes en tiempos precoloniales — . A su vez, lo sitúa en un tiempo y espacio en relación con los antepasados y genera una especie de aproximación y hermandad con los mismos.

Otra de las ofrendas y resistencias dentro del arte que propone Calel, la observamos con su pieza Ru k’ox k’ob’el jun ojer etemab’el (El eco de una antigua forma de conocimiento), 2021. Una instalación como ofrenda ritual donde, según el artista, “hacemos estos sacrificios a las piedras, les ofrecemos frutas, incienso, licor, tabaco y palabras. Es en ellas donde los Ancestros vienen a refugiarse, a tener un cuerpo, para que podamos hacer contacto físico con ellos”.  Aunque a simple vista parece una instalación de Still Lifes, Naturalezas Muertas o Bodegones de frutas, es justamente un reverso a estas nociones eurocéntricas del arte, donde lo que se me muestra no es la ostentación del expolio o la avaricia exotizada, sino la gratitud del cuidado de la tierra, el regalo que la Pachamama — o mejor dicho, en diversas lenguas maya, como Ri Loq’oläj qate’  Ruach’ulew / Nuestra Sagrada Madre Tierra—, nos otorga, y un lazo de unión colectivo con todo lo que nos aconteció, pues todos pertenecemos a los que nos han sucedido. En este sentido, Calel y su comunidad han marcado un hito en las formas de entendimiento de las relaciones del mercado, las instituciones y las producciones de arte de comunidades indígenas. Su obra cuestiona siempre, de múltiples maneras, las nociones de producción individualistas -no solo manifestándose como una forma comunitaria de producción en la que participa toda su familia y que está relacionada con las actividades que producen y mantienen la vida en su contexto-, sino que con esta obra cuestiona la noción de propiedad al llegar a un acuerdo con la Tate de Londres para su custodia— no adquisición, ni compra—, por trece años. Con este gesto Calel realiza una pausa, poniendo un stop al sistema capitalista y al hambre voraz del mercado institucional. Haciendo entender y enseñándonos a todos, qué implica la invitación, el trabajo y la exposición de determinados objetos y ritos- pertenecientes a determinadas comunidades indígenas-, dentro del sistema institucional museístico y de sus colecciones en el Norte Global.

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Sueños guardados en granos de maíz, es el título que el artista ha dado a su primera individual en España, tras haber pasado recientemente por Londres —donde ha instalado su pieza en la colección de la Tate Modern, y realizado un ritual junto a su hermano Julio Calel—. Anteriormente, Calel estuvo en México, pasando por Comalapa, antes de embarcarse a Europa. Estos detalles que parecen accesorios o sin importancia, son parte fundamental del proceso de trabajo para esta exposición, puesto que es crucial entender que Calel es un artista en continuo movimiento. Curioso de saber y conocer cosas que no forman parte de su cultura, va sembrando nuevas relaciones a partir de los lugares, historias y sucesos que le acontecen. Del mismo modo, esa metáfora que es el título de la muestra, pone en relación la mente y el conocimiento con la naturaleza. El símil, entre los granos y el deseo o el conocimiento, son recursos para sembrar relaciones que ayuden a entender mejor la realidad que le / nos circunda. 

Interesado en la noción del intercambio de conocimiento, en las connotaciones que una misma obra adquiere en contextos diversos y en lo que denominamos como conocimiento situado, Calel viaja a lugares, trayendo las cosas tanto en su cabeza, como en su maleta. Si bien, no es la primera vez que visita España, sí que lo hace ahora siendo consciente de que su venida, es como el de aquel que planta una semilla. La mayor parte de su producción se realiza en el propio campo donde se encuentra. Es una práctica in situ — como en este caso— entendiendo la importancia que tanto las ideas como las obras resultantes, se materializan cuando toman tierra, cuando él se ubica en el lugar, pues es “cuando abarcamos los temas y decimos las cosas, es ahí, cuando las cosas toman fuerzas… Mío solo es la memoria y el aire donde estoy”. 

En estas idas y venidas, los papeles vegetales de amate- material que fue usado desde la etapa prehispánica, ya que su origen etimológico proviene del náhutl para referirse a los ojotes o ficus blanco y rojo —con el que se hicieron tanto códices como ofrendas, y que perviven en las prácticas de la comunidad otomí en puebla, fueron comprados por el artista en Ciudad de México junto a diversas copias de códices prehispánicos mexicanos (Códices Florentino, Badiano-de la Cruz, Borgia, Nuttall, etc.). Además de adquirir un ejemplar de un importante documento como es el Popol Vuh, para su relectura, — uno de tantos ejemplares que el artista ha tenido a lo largo de su vida y que ahora vuelve de nuevo a estudiar, pues está interesado en la investigación de este importante documento- que ahora toma como inspiración para algunos de estos dibujos—. El artista se interesa  tanto por el contenido, la materialidad y lo que se piensa desde la investigación- que fue hecha por personas que no hablaban esa lengua-, y donde ahora se descubren nuevas lecturas a partir de la investigación que realizaron aquellos que aún hablan ese idioma, sin la contaminación de la traducción. Ahora puede ser leído el texto desde su pureza y con otras aportaciones. Por eso el artista hace un símil entre esta nueva investigación para traerlo al terreno de la sociología del arte: “Pienso que también pasa lo mismo con el arte. Las cosas tienen una lectura desde donde se producen o se piensan y desde otros lugares. Por eso es interesante saber que los trabajos de un artista indigena kaqchikel, están producidos con materiales encontrados del otro lado del continente, los materiales y las ideas se unen para que las obras puedan tener un cuerpo, una voz, un mensaje y un espíritu”.

En su reciente visita al Museo de América en Madrid para ver el Códice Madrid, perteneciente a las culturas mayas, Calel y su hermano Julio sufrieron un fuerte impacto emocional y hasta físico, al observar tanta contención y tanto conocimiento congelado en esas frías vitrinas que muestran copias del original que se atesora en la cámara acorazada del museo. La somatización de este episodio hizo plantearse cómo evidenciar la colonialidad existente a la par que pretender exorcizar la carga violenta de la misma. Por ello, observamos cómo dibuja de nuevo el fuego que aparece en dicho códice. Pintar esas llamas es una manera de dar continuidad al fuego que nunca se apagó en las comunidades, a pesar de todas las situaciones que ha vivido y sufrido el pueblo maya. El artista subvierte la perpetuidad colonial al dibujar sobre el amate, pues “este fuego está firmemente encendido en Comalapa, y yo a través del arte, llevo un fuego portátil para encontrarnos a su alrededor, para calentar nuestros espíritus”. Si en aquel tiempo se escribió y pintó sobre ese tipo de corteza, Calel lo toma desde un presente contemporáneo para ir más allá de la técnica per se, para aprehenderlo como pensamiento y sanación.  

Del mismo modo, el artista coloca a la entrada de la exhibición una roca colgada en un columpio junto a plantas y hierbas medicinales, como entrada a un espacio que evoca los ancestros y purifica ritualmente el espacio. Además, crea una atmósfera de purificación a través de los incensarios repartidos por el espacio donde copal, salvia o incienso, se adhieren a las paredes de esta muestra y el público entra en la misma a partir del olor, a una ofrenda hecha con los objetos de nuestra época. El artista conscientemente, y con la ética comunal que le caracteriza, no pone en venta el ritual realizado, con una roca del embalse de Valmayor en Madrid, pero da la opción a que quede documentado como ritual contemporáneo en el dibujo sobre amate, quebrando los límites geopolíticos y cronológicos occidentales con ese giro inverso en la representación de una piedra de Madrid y de un rito realizado en el presente. Entre la nube, el paisaje de la tierra local que le da la bienvenida y perspectiva a la instalación, con el espíritu que nos envuelve en el contexto natural que rodea a Calel y su familia.

Con estos pequeños gestos—al igual que en muchas de sus obras—, Calel pone en jaque los cimientos de la modernidad en la que nos asentamos. Deambula por la ciudad pensando tanto en cómo se construyeron nuestras ciudades, en este caso Madrid, como en la construcción de su historia urbana, la memoria rural y la historia íntima. De ahí que sus pasos tomen la calle y expongan, a través de su pisada, la reafirmación de un ser en sus fotografías, donde el fuego de los incendios —quizá perpetrado antaño a las poblaciones y asentamientos de donde viene— es parcialmente ocultado con el pie de la claraboya en el suelo del pavimento, donde ahora podamos leer “In- Dios (Indios)”. Un doble juego de palabras, no solamente como autoafirmación de la etnicidad o de la denominación impuesta, sino también porque en Kachiquel “In” significa “Soy”. También puede ser leído como “Soy Dios”, al pisar sobre el incendio colonial desde hoy en día. Todo ello hace referencia a la manera en la que Calel deja una huella con su arte, pues si bien la pintura en el canon occidental hace referencia a poner una huella en el arte, poner las huellas de las plantas de los pies donde les crecen hojas o hacerlo directamente con la propia tierra del lugar, es poner una huella en la vida. Estas acciones que, a veces, realiza con sus propios pies —como es el caso— en otras ocasiones las realiza en colectivo, pidiendo a toda su familia que camine sobre las telas, pero con anterioridad lo realizó como una acción videográfica hace más de una década. Lo realizó, a modo de intercambio, con la comunidad guaraní kaiowa — entre Brasil y Paraguay—, el cual se recoge en su video con el sugerente título Qetalh ri qa Winaqi pa Säq siwan (El rastro de nuestra gente en el abismo blanco), 2014. Una relación, la del lienzo o papel en blanco, con la sensación del abismo bajo tus pies, pues nunca hubo historia, referencias y cuestiones que sostuvieran el retrato de estas comunidades. Solo de forma ventrílocua supimos del retrato, o del rastro de ellos.  A su vez, este video es también una llamada a ese intercambio entre pares, a un recuerdo y a una manera de pensar en el hermanamiento en positivo. Por esta razón, más tarde, el propio artista escribió sobre ello al respecto:

“Entregué semillas y recibí el rostro de los pies marcados con tierra, con tierra vermelha (roja) de una comunidad guaraní kaiowa. Con este gesto afirmamos nuestra manera particular de ver y hacer la vida, junto a la tierra y las semillas que sostienen nuestra existencia y autonomía.

Coincidir en el tiempo
Cruzarnos y repasar los caminos con los pies descalzos
Alimentarnos de la misma abóbora (calabaza)
Recibir la sombra de un mismo árbol
Comprender que nuestras raíces están vibrando en nuestro rostro cuando un viento sutil tiene contacto con charcos de agua que dejó la lluvia donde nos vemos reflejados”.


Años más tarde, Calel atravesaría la modernidad inmaculada paulista de Ibirapuera, y ahora también lo hace en la vieja Europa; además, lo hace en un museo con nombre de monarca. Como parte de la colección del mismo museo, pasea junto a su hermano, por los antiguos corredores del hospital de enfermos mentales en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, para encontrarse cara a cara con Picasso, y más concretamente con ese cuadro, emblema del dolor de la guerra y de las matanzas genocidas, que cobra en los últimos meses una nueva relectura siendo mostrado en las manifestaciones en contra del genocidio palestino en Madrid. Ver a Edgar y a Julio protegidos por la piel del jaguar observando esta pintura, es recontextualizar el dolor y las víctimas de la herida colonial, donde observan el deterioro de Occidente y el daño sufrido entre hermanos, espejado en la relación de hermandad entre estos hombres que se cubren con pieles. Por otra parte, una capa más de significado se añade, si pensamos: ¿Cuánta violencia hoy en día sigue siendo perpetrada en sus tierras, sin que se puedan realizar murales a gran escala o imágenes de museos, pues Guatemala es un país en una perpetua violencia dentro del propio país, contra las mujeres, las comunidades indígenas y muchos otros colectivos? Ellos unidos mirando este cuadro representan la resiliencia y la resistencia al mismo tiempo, al ser parte con su acto de una reescritura de la historia, una historia de parte a parte del océano, pues como dice el artista, siendo gran conocedor de los acontecimientos pasados y con cierta ironía, de una historia a otra historia, entre medio, está el océano, y yo añadiría que todo lo que ello conlleva…

Hasta el cerro Almodovar llegaron los hermanos Calel, emblema de la Escuela de Vallecas- lugar donde debía coronar la escultura de Alberto Sánchez Monumento a los pájaros, para servir de refugio y cobijo para pájaros y alimañas-. Allí, en un mayor contacto con la naturaleza, tomaron tierra para sus pinturas y divisaron en la lejanía el paisaje de Madrid. En esa acción, recogida en la fotografía, los hermanos se camuflan más de cerca con el entorno de los animales, e invierten el avistamiento que dio por pensar que América Latina era la India, pues ahora divisan factorías, edificios en construcción y autopistas en la lontananza.  Una imagen que recoge parte del proceso industrial y de progreso en España, y que a su vez, nos hace replantearnos qué tipo de relación hemos estipulado con la naturaleza, la cercanía al territorio, y con el ámbito de lo rural. Cuestionando desde el campo del arte los paradigmas establecidos: ¿Qué y quiénes quedaron fuera de esta vanguardia?, ¿Qué tipo de progreso se construyó, aun bajo un ámbito progresista, que dejó a muchxs, en los márgenes de estas miradas hacia lo natural, aun en contextos allende los mares?

Si como blancos europeos observando a los hermanos Calel con las pieles del jaguar, estuviéramos cayendo en cierta exotización o romantización de la mirada, el artista vuelve de nuevo a cargar de forma directa y textual contra nuestra mirada hegemónica-colonial-eurocéntrica.  En su serie El Blanco Trabaja, 2025 contrapone las connotaciones de principios del siglo XX que dotan al color blanco, como el color “de la alegría pura y de la pureza inmaculada, y el negro el de la más profunda tristeza y símbolo de la muerte” de Kandinsky; o las del suprematismo del Blanco sobre Blanco, 1918 de Malevich. Y lo extiende a la historia y la sociología de ese blanco personificado en la autoridad racial- que somos nosotros, europeos-, que se cree más que las comunidades que conquistaba, refiriéndose tanto a la época de la colonia, como a las miradas y actitudes racistas que se perpetúan, tanto en sus contextos locales de América Latina, como en una España, cada vez más conservadora y negadora a aceptar su colonialidad, racismo y privilegio. Calel de forma jocosa invierte los términos, y pone en entredicho tanto al orden hegemónico geopolítico de la supremacía blanca — que tanto nazis en el s. XX como ahora los “trumpistas” en Estados Unidos, o  los neofascistas de Meloni en Italia, Orbán en Hungría, o VOX en la España, continúan sin vergüenza, en el SXXI-, como a la historia y legado de las vanguardias europeas. Además, por si fuera poco, presenta una instalación compuesta por cuatro cuadros realizados con tierra local. Colocados teniendo en cuenta las coordenadas relativas a los cuatro puntos cardinales en el espacio, podemos leer ri ri ri xpe ri mo’s, 2025 . Si traducimos dicho texto del Kaqchiquel podríamos hacerlo como “vean, vean, vean. ahí viene el blanco, o el que no es de aquí —el ladino (forastero)—, el que cree que nos va a enseñar a hacer las cosas, o el que se cree que es más que nosotros”. Una pieza que no solamente trata del pasado colonial, sino de actualidad en el presente y de las formas paternalistas, caritativas o de superioridad frente a las comunidades indígenas. Estos cuadros enmarcan el espacio y cuestionan las miradas hacia el objeto de estudio que han sido las culturas indígenas, en nuestro afán de entender y extractivar todo su conocimiento. 

 Refrescando la memoria, la etnografía fue una de esas ciencias que, ayudada por el positivismo-cientifista, tuvo la función de objetivar las culturas conquistadas, influyendo en las actitudes de distanciamiento, racismo y no asimilación de las culturas subyugadas, solo bajo un prisma de superioridad racial, religiosa y educacional. Sabedor de este afán de las ciencias antropológicas, etnográficas y sociales, además de la relación económica, íntima y personal de lo que se muestra, Calel también presenta para esta exposición Traje tradicional de un Quique en la actualidad, 2025. Estas ropas que pertenecen al artista, son el rastro de una experiencia. Compradas en una tienda en Guatemala —aunque muchas veces el artista las compra en mercados de segunda mano—, han sido utilizadas en el trascurso de los últimos tiempos, acarreando vivencias y experiencias. Aunque a veces estas ropas que usamos tienen también una temporalidad determinada y efímera, en cuanto muchas de nuestras ropas desaparecen de nuestras vidas por diversos motivos de manera arbitraria. Aquí el bordado hecho a mano, las ha sellado, como forma de contener dichas experiencias y fijar o apresar ese instante. A su vez, la pieza, pone en entredicho los mercados globales económicos, y la imagen de las comunidades indígenas. Muchas culturas perdieron parte de sus formas del vestir con la colonialidad, — aunque intentan preservar fuertemente estos legado—. Por otra parte, las comunidades indígenas también son parte importante de la historia contemporánea con sus modos y adaptaciones a los modos de vida, que desgraciadamente han sido globalizados. De esta manera, Calel nos pone un espejo a nuestras formas de mirar y entender la realidad circundante, entre las prendas de segunda mano que son enviadas en muchas ocasiones a países del Sur Global, la asimilación occidental del vestir, y la cuestión del acceso y privilegio. 

En 1970 Joseph Beuys, el padre del arte conceptual performativo europeo, utilizó la performance para sanar las heridas del nazismo tras la Segunda Guerra Mundial. Colgó su famoso traje de fieltro, en una acción entre el rol del artista y el ritual chamánico-performativo, y enunció que el verdadero artista, era capaz de canalizar la energía de las cosas para darles nuevos poderes y significado, al igual que hacía un chamán. Calel cuelga sus ropas, a modo también de autorretrato de artista, pero si bien puede estar cercano a las prácticas performativas, donde la ritualidad es un ejercicio de sanación, él no es un chamán, ni lo pretende. Esa entidad superior no es la del artista, en su contexto, sino de las personas que en su comunidad realmente tienen esos poderes y pueden conectarse con un más allá. En su retrato de sus ropas colgadas, por el contrario, invierte toda aura de espiritualidad chamánica, para adentrarnos en un relato personal, íntimo, de viajes, de experiencias y de historias compartidas. Las ropas no tienen ese halo prístino, no se parecen a las ropas eclesiales, ni buscan ese halo sublime como símbolo de pureza o pulcritud. Nada más lejos; las ropas nos acercan al trabajo, al sudor contenido, a esa relación entre la sal que soltamos a través de ese líquido corporal, pero de qué manera soltamos por los poros de nuestra piel experiencias malignas, que forman también parte de nuestra vivencia, en determinados momentos. 

En relación a esa sal y al sudor, que han sido materiales formales y conceptuales que a Calel siempre le han interesado, como líquidos y minerales que salen de nuestra piel por el trabajo, tanto históricamente con el azúcar de la caña, que los esclavos cultivaban como el sudor que han tenido que desprender sus cuerpos bajo el yugo de la esclavitud; o bien la sal como mineral que puede servir para conservar alimentos, o para sanar, siendo utilizados en muchos rituales, o curar y cicatrizar las heridas de nuestro cuerpo, teniendo en cuenta todo el legado de sal y sudor, el artista presenta su serie Trabajo qa b´anun, 2025. Esta expresión está extraída de lo que dice la gente en Comalapa y que puede albergar tres diferentes capas de significado, con un mismo eje en común, la relación con la comunidad indígena y el trabajo: “En qué momento nuestra forma de vida se volvió el trabajo para otros”. Pero también se puede pensar como “Nosotros que no tenemos trabajo, nos hemos vuelto el trabajo de los demás”, y un tercer significado: “Nosotros nos hemos vuelto nuestro propio trabajo”. Con estas diferentes capas de significado es imposible no pensar en la relación con la mano de obra precaria, las políticas extractivistas, las imposiciones del mercado financiero-global, etc. Pero también en la falta de ética profesional, la nula política de los cuidados y la no restitución para las comunidades de muchos de los conocimientos usurpados.

Por último, si la exposición se presenta de forma armónica, sanadora y llena de belleza —a través de sus formas—, es porque Calel siempre tiende a enmascarar un campo de batalla, donde aflore también la poesía y exista un espacio para la ensoñación —a través de esas telas bordadas donde en forma de dibujos son plasmados sus sueños—, y donde crezca un ambiente saludable para el respeto, el intercambio, la comprensión. Y aunque el contenido de algunas obras incomode a más de uno, entendamos que él solo planta una semilla, ese mismo grano de maíz lleno de conocimiento y energía a modo de espejo delante de nosotros mismos. Pues si los sueños de Calel se abren y crecen en esta exposición, es para dar alimento hoy en Madrid. En este campo de batallas, en esta sociedad enferma que somos, incapaces de poder salir y romper el cosmos, es donde rompe con fuerza su trabajo, para vislumbrar con claridad nuestro pasado, sanarlo en presente, y permitirnos otra cosecha sostenible de intercambios a futuro


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