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Expurgar papel:
cadáveres, onde
a memória coletiva ainda emerge

una exposición de Carla Filipe
13.SEPT.2025 — 23.DEC.2025



Saliva, materia insumisa 
(o de cómo hacer carne con archivo) 
por Laura Vallés Vílchez 
Con Expurgar papel: cadáveres, onde a memória coletiva ainda se emerge (2020–25), Carla Filipe prolonga un gesto que ya había iniciado en Mastigar papel mastigado, o desejo comprender o velho continente para cuspir a sua história (2014). Amberes fue la primera en recibir la irrupción: sus calles, museos coloniales, mercadillos de polvo y reliquia aún vibran con el eco de un imperio que no se extingue, sino que se enquista en las fibras de la materia. La artista toma documentos —álbumes familiares, postales, fotografías de zoológicos—, los mastica, los escupe, los reordena. El archivo se hace bolo alimenticio: viscoso, con filamentos que aún brillan. 

No hay asepsia: hay baba, hay trago, hay atragantamiento. Un metabolismo que revela lo que se quiere olvidar: que ningún archivo es inocente. En cada hoja: poder, violencia, domesticación de la memoria, anestesia colectiva. Cuando Carla mastica, el cuerpo se ofrece como laboratorio de historia: absorbe, fragmenta, padece la imposición del resto. Archivo y cuerpo se enlazan y una suerte de purificación y encarnación tienen lugar. Polvo, pegamento, cabello: restos que huelen a humedad, que recuerdan que pensar también es sudar, vomitar, digerir con dolor. No es un gesto lírico: es un gesto de tripa, un retorno ácido que quema la garganta. 

Cada uno de los veinte paneles de Expurgar Papel late como contra-archivo: frágil, diarístico, espectral. Ahí donde Achille Mbembe nombró la contradicción —el archivo como violencia y como evidencia—, los fragmentos respiran. Preservación y destrucción se tensan. Se experimenta con restauraciones, se desorganiza la forma, se deshila el borde, se goza la trampa de la composición. Los paneles se presentan como vísceras expuestas: blandas, palpitantes, siempre a punto de deshacerse. 

La saliva circula en el trabajo de Filipe en Amberes, Oporto y, ahora, en Madrid. En el imaginario belga, jaulas de zoológico, exposiciones coloniales, imágenes de misiones en el Congo (1885–1960), documentos que reproducen el exotismo y la explotación colonial. En el contexto lusófono, la nostalgia le disputa al trauma: álbumes familiares de las guerras coloniales portuguesas (1961–1974) en Angola, Mozambique o Guinea-Bissau; numerosos registros de violencia sin mediación. Archivos que basculan entre propaganda y denuncia, entre sometimiento y resistencia. Cada fragmento es inhalado y exhalado, materia encarnada. Los paneles flotan, se mecen, insisten en su movimiento: el archivo convertido en organismo. En esa oscilación reside su potencia política: lo que parecía clausurado se abre en un tiempo presente, contaminando nuestro propio aliento. La materia archivística no solo interpela la memoria histórica: exige una ética corporal frente a los restos. Como si dijera a nuestras economías de la atención fragmentadas y domesticadas por el algoritmo: no basta con mirar, es preciso involucrar la garganta y el estómago. La digestión se vuelve acto colectivo. El archivo, quizás, vómito compartido. 

Hace apenas un siglo, la saliva —ese lubricante insumiso— fue delito. Escupir podía encarcelar. Con la gripe española, saliva era sinónimo de contagio. En EE. UU., el gesto masculino de escupir tabaco se disciplinó hacia cigarrillos y chicles: las escupideras del XVII al XIX acabaron convertidas en munición durante la Segunda Guerra Mundial. Como explica Gabriel Pericás en su fascinante History of Lubrication: la saliva fue a la guerra. Hoy, el aparato digestivo de Carla es método político: absorbe, contamina, poliniza. No sabe si alimento o veneno. Cada gesto vuelve documento en carne metabolizada, recordándonos que el siglo XX fue el siglo del papel, de la máquina de escribir, de la tinta como sangre seca. Ese soporte hoy se diluye como piel en descomposición. 

Siete obras contra la pared: Cadáveres (2025). Cada una del tamaño de un torso o un miembro. Materia archivística vuelta tejido corporal: bordes deshilachados, capas desprendidas, pegamento expuesto. Inestables, se dejan mirar de frente, pero ocultan su reverso. Un Esqueleto (2025) marca diferencia: radiografía hecha de parches, fragmentos como vértebras, costillas, huesos que sostienen la memoria. Una anatomía política, como dice la artista: cuerpos portadores de una historia incompleta. ¿Son espectros? Restos ni enterrados ni incinerados: la sensación es cargar cadáveres. Un eco de las violencias del siglo XX que regresa como fiebre global. No obstante, cabe mencionar que estas obras se desarrollaron antes del horror que hoy desvela las noches de quienes seguimos desamparadas frente a un genocidio en defensa de la paz, la ética y la convivencia; de aquellos quienes abusan al redibujar las líneas rectas de los mapas, de aquellos que se regocijan frente la erección de nuevas fronteras. Pero los cuerpos ya estaban aquí, abiertos, desmembrados, incompletos. 

Entre esos cadáveres, emergen Paineles (2025). Tres piezas como hipertexto visual: tejidos, postales, fotografías, cabello, escrituras legales del XVIII. Cortan, ocultan, redistribuyen rostros. Niegan identidad para generar nuevos entes colectivos. Así, la memoria histórica y social se articula como relato plural, en tensión entre colonización, religión y vida doméstica. En el trabajo de Carla, existe un respeto por el material, pero también una rebeldía: no se trata de mantener un “archivo impecable”, sino de desobedecer la historia. Un gesto que recuerda a quienes vivieron los primeros años de la democracia portuguesa y desafiaron los significados históricos promovidos por el Estado Novo. Una historia que, para el otro lado de la península, tampoco es ajena. 

En la_oficina, esta narrativa se abre a lo transnacional: guerras coloniales, mujeres sin historia, revolución industrial. Las composiciones cuestionan lo familiar, revelan perros que no ladran, primeras elecciones, mujeres revolucionarias, fuerzas armadas, matrimonio o libertad. En este espacio el cuerpo de quien se enfrenta a ellas se convierte en extensión del sistema nervioso de un archivo truncado, rearticulado. Paneles suspendidos se acunan: se requiere movimiento para captar anverso y reverso, pliegues y solapamientos. Las respuestas afectivas —ansiedad, fascinación, incomodidad— circulan como neurotransmisores, conectando imagen, cuerpo y afecto. El Esqueleto organiza como anatomía precaria. Los Cadáveres son extremidades: saliva invisible, pegamento brillando, capas desprendidas. Colectivamente, una morgue documental. 

Cada imagen —soldados, misioneros, interiores domésticos— es un “hueso” que forma el armazón de otra historia colectiva cuyo derecho a la opacidad aquí, así, trasgrede el ornamento. Deliberadamente incompleto, refleja ausencias, huecos: los límites y recesiones de la producción de conocimiento. La saliva —otra vez— hace carne con archivo y rehúsa la simplificación. Expurgar Papel secreta afecto: culpa, fascinación, incomodidad. Circulación afectiva que convierte memoria en cuerpo, archivo en organismo, arte en sistema endocrino. Carla metaboliza un cuerpo transeuropeo. No solo conserva ni destruye: resucita. Cada fragmento es cadáver restituido, cuerpo en tránsito. 

Insistir en el término cadáver es insistir en la incomodidad de la memoria: no enterrada, no clausurada. En este sentido, Carla nos ofrece un marco decisivo al señalar la necesidad de permanecer con el problema, es decir, no resolverlo ni clausurarlo, sino habitarlo en su materialidad conflictiva. La obra de Filipe insiste en no concluir, en no purificar, en no separar los restos, sino en mantenerlos en tensión. Su metabolismo artístico encarna lo que Donna Haraway describió como “cuerpos relacionales”, ensamblajes donde humano y material se constituyen mutuamente. 

Resulta difícil no pensar con Marina Vishmidt en este ensayo —nos dejó hace un año— y quien argumentó que la especulación material no es un ornamento de lo político, sino su condición de posibilidad. Invocando estos saberes, la práctica de esta artista habita la contradicción de la especulación capital y material como método: mastica, metaboliza y reorganiza el documento, no para restaurar una verdad histórica, sino para activar su potencia política latente. En este sentido, Expurgar Papel no es solo un archivo crítico, sino un ensayo especulativo de temporalidades: hace convivir fragmentos de imperios europeos, restos de luchas anticoloniales, memorias domésticas y registros anónimos en una misma superficie palpitante. 

De ahí que este ensayo se explaye en lo truncado y se configure como un cadáver exquisito: un cadáver que trabaja para una comunidad que, como expresa la propia artista, resiste a ser encontrada. Este ensayo reproduce ese gesto de la obra: fragmentado, superpuesto, recursivo. Reflexión teórica, especificidad histórica, recorrido de la exposición y descripción afectiva funcionan como organismo-ensayo vivo. Un ensayo que también saliva, conteniendo las arcadas que producen las violencias de nuestro presente global y herido, un ensayo que trata de responder a cómo hacer carne desde el archivo con una materia insumisa.



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